La gracia laboral que lleva a la desgracia personal

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Cuatro millones de parados y profesiones que demandan puestos de trabajo. Contrasentido. ¿Se trata de falta de cualificación profesional? Sí, también, porque las hay que requieren un largo periodo de formación. Sin embargo hay una profesión concreta en que, a punto de acceder o en pleno ejercicio de la profesión muchos abandonan el puesto de trabajo... ¿Contrasentido? No en el caso de la profesión clerical.

En países donde la cultura se ha extendido a todas las capas de la sociedad no encuentra eco el proselitismo religioso: hay carencia preocupante de “vocaciones” a ministros sagrados, en proporción mayor al descenso de fieles.


Sus “facultades” se ven vacías en correlación a los estudios civiles. ¿Por qué? Podría parecer una paradoja porque el paro aguija también en nuestras sociedades desarrollados.

Las “salidas laborales” están aseguradas, la vida futura es fácil, el trabajo no es agobiante, el prestigio ante la grey es alto...

Muchas son las razones, pero en relación al puro ejercicio laboral la principal es que los muchachos jóvenes se dan cuenta de que acceden a un trabajo sin aliciente productivo alguno.

Porque el trabajo no es sólo un salario, una vida estable o un porvenir: el que trabaja también, y sobre todo, quiere ver el fruto de su esfuerzo. Tal profesión está hecha de muros: el muro de la sinrazón, el muro de la despersonalización, el muro de sentirse dentro de un recinto ocluido... Y cada vez son más altos. El fruto del trabajo se traduce, primero, en desbandada y luego sin eco fuera de tales muros.

La sociedad civil y la religiosa eran antes más permeables, incluso subsumida la una en la otra; ahora, apenas si se aprecian las fogatas y humaredas del “otro lado”. Su mundo, en el que se encierran, cada vez es más impermeable, más cerrado sobre sí mismo, más afectado por el complejo de caracol.

Por “vocación”, es decir, por destino de Dios o del sino, el niño o muchacho elegido para ministro de Dios se ve inmerso, predestinado y abocado a una vida extraordinaria, asombrosa, milagrosa, sobrenatural... La gracia de Dios marca al elegido para vivencias maravillosas.

Terrible decepción.
El elegido se convierte en “funcionario” de la organización creyente, con un día a día rastrero y machacón. “Sale” del mundo, escapa y se hace “otro”, pero al mismo tiempo desarrolla su labor en una sociedad concreta, amén de sentirse ligado a unos padres, una escuela, unos amigos... Demasiadas contradicciones para que un psiquismo normal pueda soportarlas.

¿Cómo conjugar el “esplendor de la gracia” que se da al hombre “segregado”, con esa existencia “del montón”, funcionarial, burocratizada, apocada, llena de complejos, encorsetada, mezquina, servil, oportunista... de la mayor parte de ellos en su etapa de madurez?

Todas las explicaciones posibles han de pasar por el hecho de que la creencia hecha organización es una contradicción en sí misma: pretende salvar al hombre, ascenderlo a una categoría superior y, sin embargo, esclaviza su pensamiento, quebranta sus pulsiones vitales y destruye las relaciones sociales.

¿O estaremos ante un caso de enfermedad laboral, como puede ser el cáncer cutáneo para quien labora con la radioterapia? Las leyes morales que predican para los demás, son el veneno que a ellos les aniquila.

Actividad y enfermedad laborales cada vez con menos obreros que la sufran. El virus se extiende de manera implacable sin una OMS que ponga puertas al campo.

Fuente:Periodista Digital.com

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