Sexualidad virtuosa, psiquismo quebrado

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El asunto de la sexualidad no es tan banal como para dejarlo pasar por encima o para circunscribirlo a una serie de normas de conducta.

La vida religiosa –dicen— es la vía más perfecta de la santificación. Si dicen que pensamientos, emociones... se deben poner al servicio de Dios, ¿por qué no también algo tan humano como la sexualidad?

Vade retro, Sátanas!, dirán.


Pregunta inocente: ¿por qué? Nacer, crecer, reproducirse y morir es la vida del hombre y una de las funciones de la vida la ponen en entredicho. ¿Por qué precisamente la función reproductiva?

Más virtuosa es una monja, cuanto más reprime las irreprimibles tendencias sexuales, en la mujer inseparables de las maternales.

Pues digamos tan fuerte como se quiera que observar del modo más absoluto la continencia sexual en aras de una moral que basa su perfección espiritual en la negación de todo placer es aberrante.

Es importante subrayar que no se pueden reprimir impunemente las leyes naturales sin que el psiquismo sufra alguna fractura.

La vida religiosa, la vida diaria, la del minuto y el día a día, no contiene en sí las virtualidades necesarias para “elevar” a la persona por encima de las leyes naturales.

Y una de las leyes naturales más fuertes es la de la reproducción.

Dejémonos de teorías y elucubraciones místicas o teológicas: es la vida la que marca la pauta, no Pablos de Tarso redivivos ni Santos Padres o anacoretas histriónicos.

Fuente: Periodista Digital

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