¿En busca de nuestras huellas? ¿En el cristianismo?

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A la sociedad postindustrial --atómica o informática--, pero sobre todo urbanita, le han pillado los cambios con el pie al tresbolillo: carece de una simbología adecuada para los nuevos tiempos, incluso de una mitología ad hoc, donde el hombre sea el centro de una sociedad nueva nacida en un mundo y para un entorno nuevos; las comunicaciones han trastornado el hábitat agrícola; el ciudadano vive en la sensación de “no encontrarse”, de no sentirse a gusto en el lugar en que ha nacido; el proceso de globalización que ha traído consigo el hábitat global, no es una “aldea” en consonancia con el hombre.

Faltan parámetros para asumir todo eso.


Dicho el preámbulo, vayamos al asunto de hoy, Hans Küng y su hornada libresca. Hoy parece definitivamente desaparecido cuando había vuelto al trono de la popularidad como "amigo" de B-16, prodigándose como quien busca recuperar el tiempo perdido. La edad no perdona excepto a quienes como el papa actualel cargo les tiene sumidos en la más rabiosa actualidad.

Aquél que, de consultor del Vaticano II probó las hieles de teólogo defenestrado, sin sitio en los cuarteles de invierno del otoñal, católico e ilustre polaco, hoy de nuevo luminaria para quien de su verbo haga luz de nuevas teologías.

Hans, ¡a la hoguera!
Uno de sus libros, que he vuelto a hojear, “En busca de nuestras huellas”. Título sugestivo e interesante libro, si no fuera porque es uno más de los que hacen recensión del pasado para buscarle un sitio en el presente. “La recherche du temp perdu” puede quedarse en pura nostalgia del que se niega a perder el pasado, cosa uqe no debiera ser obstáculo para raer lo viejo y lo inservible.

El pasado alguna vez se hizo. De hecho el pasado no existe sino como algo que fue presente en su momento. Por lo mismo, tal pasado no deja de ser sino un presente recordado y para mentes que carecen de criterios para el mañana, algo redivivo. El presente es un hacer que implica también rectificar pasados construidos.

Lo que va quedando de ese hacer y deshacer llega a convertirse en tradición, dado que la tradición es la pervivencia de soluciones válidas a problemas reales, entre cuyos problemas están las vivencias más ocultas y persistentes de las personas.

Pero las tradiciones comienzan en algún punto merced a ideas felices de alguien. Y lo mismo que nacen pueden fenecer, porque lo peor que le puede suceder a una tradición es convertirse en algo cosificado que se mantiene porque existe, algo cuya esencia es su mera existencia.

Entre lo viejo y lo inservible, las religiones están buscando un acomodo. Deberían asumir que la vivencia de tal pasado no puede implicar la pervivencia de lo que a todas luces está obsoleto.

Simplificando mucho las cosas, las religiones han sido hasta ahora soluciones sistematizadas que han querido dar respuesta a las inquietudes humanas sobre el cosmos, la naturaleza y el propio yo.

Y por lo mismo, lo quisieran o no, todas las religiones han ido cediendo terreno en los dos campos primeros –explicaciones del cosmos y de los fenómenos naturales-- ante el empuje de los avances científicos. Queda todavía un inmenso campo de cultivo que se niegan a abandonar: el yo, el psiquismo, las angustias nuestras de cada día.

Hasta la revolución industrial y, en muchos lugares, hasta ayer mismo, las sociedades agrarias eran un apéndice del Neolítico, en dependencia absoluta de la naturaleza, de la luz, de la búsqueda de alimentos, dependientes siempre de la volubilidad de los fenómenos naturales. Los que tengan como yo el recuerdo lejanísimo de subir al dormitorio de la casa del pueblo, sito en la primera planta, con un candil en la mano saben de qué hablo.

Quizá quede algún rastro mental del neolítico en esa querencia por la naturaleza, como si de un sueño del paraíso perdido se tratara. Con el control de la agricultura, el Dios agrario ha quedado a su vez controlado, cuando no ha muerto por ineficaz.

A pesar de los anteriores pesares, siempre habrá un elemento permanente, estable e invariable: el hombre. Es la pervivencia de lo psicológico. ¿Hasta cuándo podrá chupar de esta teta la credulidad organizada?

Fuente: Periodista Digital

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