LA BUROCRACIA NO IMITA A LA NATURALEZA

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La demanda infinita de recursos y servicios, colapsa las sociedades modernas.
El modelo filosófico triunfante ha sido el de Parménides y Platón que venía a agrupar la realidad en una categoría. Los clásicos igualmente sentenciaron que la naturaleza no se multiplica sin necesidad. La sencillez con que se nos muestra el mundo pese a la infinitud de todo lo que nos rodea, nos permite elaborar teorías científicas y predecir los fenómenos.

La cultura organizativa en las sociedades desarrolladas, aborrece no obstante de lo simple, y la complejidad es su denominador común. La alta burocratización colapsa los servicios porque los recursos son siempre limitados pero las necesidades creadas son infinitas. Pensemos en el caos que se produce con mucha frecuencia en el sistema judicial, sanitario, educativo...


El ser humano se ha convertido en una masa social que exige todas las prestaciones posibles y por ello los gobiernos procuran dar satisfacción a esas demandas. El problema que se plantea es que las normas de desarrollo, conllevan en última instancia, protocolos altamente burocratizados que necesitan a su vez de recursos que no han sido dotados previamente. Es decir, cualquier ley de regulación necesita en última instancia de mecanismos que actúan impidiendo su ejecución.

Pensemos por ejemplo en el desamparo en que caen nuestros mayores pese a la ley de Dependencia, y en la cantidad de expedientes pendientes por resolver en las Administraciones Públicas. Imaginemos que un río por el contrario, no pudiese desembocar en el mar porque primero se tiene que constituir el delta, y desviar su cauce para evitar los meandros. La ciencia empírica observa y crea leyes para predecir los acontecimientos objeto de su marco de aplicación, sin embargo con la burocratización, una ley queda permanentemente invalidada porque su alcance queda desvirtuado al colapsarse su demanda. Podemos predecir cuando se producirá un eclipse solar, pero una campaña de prevención de cualquier enfermedad por ejemplo, puede anularse por falta de presupuesto no dotado o previsto.

El estado protector se ha convertido en Saturno comiendo a su hijo tal y como nos dejó Goya en una de sus pinturas negras. Y ello ha sido posible porque los políticos nos contemplan en tanto masa y no como individuos. De esta forma el marketing se impone, y se nos vende un paraíso de felicidad al que le faltarán sus árboles frutales, sus arroyos, sus granjas y sus huertas.

El necio hace suya la máxima de que cuando el coste es cero, la demanda es infinita, y así lo exige porque paga impuestos, sin caer en la cuenta de que ello va en detrimento del progreso y desarrollo de los derechos y logros sociales prima facie. Por ejemplo, una escasa inversión en educación, conlleva ciudadanos menos formados que tendrán problemas para incorporarse al mercado de trabajo.

La naturaleza no crea nada superfluo, una rosa se dota de espinas para protegerse, pero no exige ser regada con agua del Nilo. La burocracia en cambio, se multiplica sin necesidad hasta llegar a su nivel máximo de incompetencia.

Si fuéramos capaces de imitar a la naturaleza, eliminaríamos lo superfluo, y no se destinarían fondos públicos a subvencionar gastos totalmente prescindibles, pero a cambio los servicios esenciales funcionarían como las leyes en la física, es decir, haciendo predicciones y dejando previstos y resueltos todos los recursos necesarios en el ámbito de su aplicación. Imaginemos que necesitamos conocer el estado de las carreteras para hacer un viaje desde Cádiz hasta Oviedo.

Podemos realizar llamadas telefónicas a los diferentes servicios de cada una de las Autonomías implicadas, o resolverlo llamando directamente a la Dirección General de Tráfico. Es decir, si seguimos los cauces institucionales establecidos, malgastaremos nuestro tiempo y dinero.

Pero la sociedad está ideada para dar satisfacción a la patanería, que tiene como señas de identidad la credulidad y la ausencia de capacidad crítica, por ello las elites políticas seguirán vendiendo fuegos artificiales, sabedores de que no serán juzgados por su ineficiencia en la gestión pública. Nos seguirán alimentando de promesas que no podrán cumplirse, pero se disparará el despilfarro y la corrupción.

Una sociedad de progreso entendida según la máxima kantiana y la Ilustración exige atreverse a pensar racionalizando la información que los logros científicos ponen a su alcance, es decir, a educar a individuos libres. Pero estamos lejos del objetivo: la demagogia y la burocracia aborrecen imitar a la naturaleza, y la necedad apetece de lo superfluo.

Fuente: Antonio Roman Sanchez

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