La difícil papeleta de la Iglesia en nuestro mundo avanzado

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La Iglesia cristiana, católica o protestante, de puertas afuera, es decir, a la vista de alguien que no pertenece a ella, es una sociedad más. De puertas adentro podrá llamarse "cuerpo místico", "esposa de Cristo", etc. Pero en su relación hacia el mundo se comporta como una sociedad más.

La Iglesia cristiana, como tal sociedad, dígase católica o protestante, es ya, mal su grado, una sociedad cerrada, enferma, esclerotizada y osificada.

Merced a esa “distancia” en que se ha situado respecto al mundo se siente urgida, no por derecho ni autoridad, sino ¡por obligación!, a censurar las lacras que el mundo genera y soporta.


¿Es esto bueno? Sí, porque al menos hay una voz que lo denuncia.

¿Es ético? No, porque desvirtúa todo su mensaje de salvación.

¿Sirve de algo?. La respuesta no puede ser categórica, porque esa misma condición de “apartada del mundo” invalida cuanto pueda reprochar.

El mundo no le hace caso o toma sus palabras “a cuenta de inventario”, es decir, en el inventario de su propia misión, y por ende de su propia salvación, está ese mensaje, necesario para seguir subsistiendo pero inútil para solucionar los problemas reales que aquejan al mundo occidental.

Esta sociedad clerical y clericalizada existe en tanto en cuanto es plañidera.

Añadamos algo más. Si esta condición social en que se encuentra la enfrentamos a su “otra esencia”, la de transmitir el mensaje de Cristo para que todo el mundo llegue al conocimiento de la verdad, es la misma Iglesia la que destruye a Cristo: un Cristo denostando vicios es un Cristo que se sale del “misterio”, es decir, de la mitología, choca con ella, la destruye, se hace mundano.

O bien, si admitimos un Cristo moralizante, ese Cristo que denuncia al mundo, necesariamente ha de prescindir de dogmas teológicos que nada tienen que ver con la realidad.

Fuente: Periodista Digital

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