¡Oh, qué tiempos aquellos! Si Proust lo hubiera conocido...

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El ciudadano del mundo, el hombre, sobre todo el que purga su existencia en países de menor desarrollo cultural, se encuentra indefenso contra La Organización Internacional del Rezo.

La credulidad organizada que vislumbra "poder" se convierte, en un primer momento, en brazo aliado del orden político. Cuando logra controlar dicho poder, sea de forma indirecta o de forma directa, da inicio a la verdadera opresión religiosa, en realidad una forma más genuina de la guerra de religión, la que vuelve sus armas contra sus propios soldados, la que los convierte no en personas o ciudadanos, sino en esclavos.


Los ejemplos de Afganistán o de Irán, Arabia y otros muestran, de manera burda y de modo más refinado y organizado, el modelo final de cómo las sociedades podrían estructurarse y regirse según el "maravilloso" mundo temporal de la fe. Como satélites, con elementos de crueldad fina, países africanos émulos de sus mentores.

En grado similar, bien que sin el control político directo de la Jerarquía pero sí fáctico y real, en la España salida de la Guerra Civil (1)hemos "gozado" durante décadas de esta alegría sacrosanta que emanaba de la vivencia colectiva de la fe:

a) el júbilo incontenible de la Navidad, cuando el pueblo en masa acudía a la "misa del gallo" sin importar el frío de la noche;

b) la expiación de las culpas personales y sociales durante la Cuaresma ante confesores venidos ex profeso de allende el término municipal;

c) la asistencia a las encendidas charlas cuaresmales;

d) el abatimiento popular que se respiraba por las calles con la llegada de la Semana Santa, que se traducía en espontáneas expresiones de perdón y lacerantes muestras de expiación por los pecados;

e) la explosión de alegría ciudadana el día de Pascua, con estrenos de películas incluidos;

f) el deleite suave y afectivo que emanaba de las fiestas del Corazón de Jesús, con cánticos que resonaban en las plazas de pueblos y ciudades;

g) las lágrimas derramadas en tantas "misiones populares" y “cursillos de cristiandad”;

h) las límpidas y virginales ofrendas a María --los niños también se las ofrecíamos a otra, a la desconocida "porfía"(3) que no sabíamos quién podría ser-- en los reiterados mayos floridos;

i) aquellas procesiones, en andas el mismísimo "Corpus Christi", con pétalos de flores alfombrando las calles, cantos pletóricos de alegría, balcones adornados con sábanas, colchas o mantillas y el imponente himno "cantemos al amor de los amores";

j) la práctica gozosa del rezo del “santo rosarioporláseñal”, incluido el de la aurora, escanciado por el mismísimo rocío que perlaba las frentes y manos de los devotos...

¿Para qué seguir? Eran tiempos en que Dios vivía entre nosotros, tiempos de fervor, tiempos de presencia de Dios, tiempos de moralidad, tiempos de tregua al pecado.

Pero ahora... lo dice el II Gran Jerarca Blanco, asistimos al "silencio de Dios".

(1)No quisiera que la ironía o sarcasmo que respiran estas palabras indujeran a pensar en aceptación o anuencia: volver a revivir "aquellos años" teniendo a la vista los presentes, es entrar en recuerdos caliginosos, opresivos, sofocantes y en cierta medida angustiosos.

(2)En otro orden de cosas, ¿no vislumbran aquellos que ahora piden "respeto" el por qué de que no se lo concedamos? Es el mismo respeto que ellos tenían hacia la gente que, en sus fiestas laborales, se veían presionados a acudir a la iglesia o a locales "ad hoc", para oir, escuchar y practicar algo que les "repataleaba".

(3) En referencia al canto "Venid y vamos todos - con flores a María, con flores a porfía - que madre nuestra es"


Fuente: Periodista Digital

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