Y los muertos resucitarán... ¿sí?

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Sociológicamente el incio de Noviembre viene marcado no tanto por la fiesta de Todos los Santos o "Tosantos" cuanto por la de "Los Difuntos", "los fieles difuntos" (¿fieles? ¿los otros no?).

El gusto del hombre por las celebraciones fijas hace al "homo sapiens" un "homo de fechas" (¿homo temporis?, ¿homo constitutae diei?). Y la fecha es para el rito: visita a los cementerios tal día, aunque sea lugar olvidado durante el año.

Entre los muchos pensamientos que pueden embargar al peregrino de la muerte, ¿podríamos preguntar si se encuentra la "resurrección de la carne"? ¿Qué piensan los “deudos” al visitar a sus difuntos, piensan que resucitarán o que se reencarnarán?



¿No se trata, más bien, de una visita "al recuerdo", visita cuasi obligada sin pensar siquiera en “esperanza” alguna de supervivencia tras la muerte?

Nuestra sociedad tiene posturas encontradas: muertes violentas que se hacen espectáculo en la TV, ocultación de la muerte natural en hospitales, relegación del duelo al ámbito privado, evasión ante la muerte...

Philippe Ariès hablaba de “muerte prohibida» o «muerte invertida»; por su parte Max Scheler escribía en 1923:

«El tipo del hombre moderno no hace gran caso de la supervivencia, fundamentalmente porque niega en el fondo el núcleo y la esencia de la muerte».

Hoy la frase de Séneca --«Piensa constantemente en la muerte para no temerla»-- parece no tener sentido

¿Y las religiones? Para las religiones la muerte es algo presente y de gran importancia. Ni evasión ni ocultamiento: es algo muy serio y trascendente.

Tanto las religiones de Oriente como de Occidente afirman que existe en nosotros algo que se continúa consecuentemente a través del proceso temporal y que la muerte es necesaria como medio de existencia de la vida.

Para las religiones no es aceptable ni la conversión de la muerte en tabú –nuestra cultura occidental—ni la despreocupación epicúrea ante ella:

“La muerte nada debiera ser para nosotros, porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente y, cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros”.

Se olvida Epicuro de que la muerte sí está ahí, porque el hombre es casi todo futuro.

Las formas de transcendencia concebidas por las distintas religiones no son idénticas, sino muy variadas e incluso en ocasiones opuestas entre sí. Las contradicciones le sirven al intelectual para rechazarlas todas o considerarlas bajo un punto de vista puramente etnológico. ¿Pero qué piensan los creyentes, cada uno con el criterio y el punto de vista de su fe respectiva?.

Dado que nuestro entorno cultural es cristiano, a fuerza de introducirnos con calzador el "otro sentido" de la muerte, hemos asumido sus puntos de vista y nos resulta difícil asimilar otras concepciones sobre la ultra tumba:

a) La noción cristiana de resurrección no es compatible con las antiguas concepciones propias de las religiones telúricas, actualizadas en movimientos sincretistas como la New Age, según las cuales el hombre supera la muerte análogamente a como la naturaleza se regenera a sí misma de manera cíclica.

b) Tampoco es compatible con la inexorable, misteriosa y universal ley del karma (causa y efecto) que determina la sucesión de distintas reencarnaciones de las que el hombre debe liberarse con el fin de alcanzar, en el caso del Hinduismo, a Brahma (lo Absoluto) o, en el caso del Budismo, el Nirvana (estado inefable del que sólo se sabe negativamente que supone la extinción total del deseo y del dolor, y del que sólo puede hablar positivamente el que ha pasado por él). Una ley que anula en parte la actual responsabilidad del hombre en el desarrollo y la transformación de la realidad. En una y otra tradición religiosa, el cuerpo no pasa de ser una carcasa mudable en cada reencarnación destinada a su desaparición tras la muerte física.

c)Tampoco lo es, a pesar de muchos puntos en común con la tradición musulmana: para el Corán, según interpretación literalista, la resurrección en el Día del Juicio Final es esencialmente física, en este mundo y en un Paraíso para los justos lleno de placeres sensuales. Este concepto grosero ha sido superado por otro más rico y polivalente, el de la mística sufí que busca la unión del alma inmortal con Dios.

d) Otra perspectiva la tenemos en esas experiencias próximas a la muerte que tanto impacto han tenido en toda época y condición: quienes han pasado por un “muerte clínica” hablan de salida del propio cuerpo, visión de una luz al final de un túnel, encuentro con seres queridos fallecidos o incluso con seres espirituales... experiencias que no son de ahora, ya atestiguadas en la antigüedad en textos tan fascinantes, entre otros, como El Libro Tibetano de los Muertos (siglo VIII d. C.). En ello algunos pseudocientíficos ven la prueba empírica de la vida después de la muerte. Citemos entre ellos al jesuita Medard Kehl: «En la medida en que estas experiencias inducen (...) a confiar más profundamente en que Dios está presente también en la muerte (...) y a amar a Dios y al prójimo de una forma menos egoísta, la teología está obligada a ver en ellas un signo que el mismo Dios nos obsequia de su lealtad».

e) Ni deducciones pretendidamente serias ni banalizaciones como las de Elisabeth Kübler-Ross, prestigiosa doctora y tanatóloga, que ve la muerte como un simple y bello tránsito transformador. No todos los moribundos mueren sosegadamente ni tienen las experiencias anteriores sino que, para la mayoría, la muerte es un trance angustioso cuando no doloroso, por lo que supone de quiebra total. Añádanse las muertes causadas por el horror de la violencia, la injusticia y la miseria.

¿Y cuál es la especificidad cristiana respecto a la muerte? En parte hereda la tradición judía concibiéndola concebida no sólo como premio al mérito humano. Dentro del N.T. esencialmente como don de Dios, en particular de Jesucristo muerto y resucitado. El cristianismo sublima todas las muertes, especialmente las traumáticas, las martiriales, adorando a un “resucitado”... que murió torturado en la cruz.

Dice el libro de la Sabiduría: «Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo» (Sab 2, 23-24). Y Pablo de Tarso: «La obra de justicia de uno procura a todos la justificación que da la vida» (Rom 5, 18), en referencia al que murió por todos.

Respecto al “después”, la fe cristiana, coincidiendo con la judía y musulmana, reafirma que la resurrección es de todo el ser --cuerpo y alma-- porque toda la persona, no sólo el alma, está llamada a la comunión con Dios. Pablo habla del «cuerpo espiritual» o glorificado, transformado y adaptado a esa otra dimensión en la que el creyente confía, que vivirá eternamente, sin dejar de ser él mismo, en comunión con Dios y con los hombres.

Ésa es la fe que el cristianismo secular, “ha impuesto” durante siglos por las buenas o por las malas. Pascal, el mismo día de la muerte de su padre, le dice a su hermana Gilbert:

«No consideremos la muerte como paganos, sino como cristianos, es decir, con esperanza (...) No consideremos más el cuerpo de un hombre como un cadáver putrefacto, como nos lo muestra la engañosa naturaleza, sino como el templo invisible y eterno del Espíritu Santo».

Dicen que precisamente por tal visión transcendente, por tal intuición, por tal aportación del 'homo religiosus' a la cultura, éste ha sido el gran logro de las religiones. Y hablan de “valentía” al superar la visión rastrera de la muerte con otra trascendente, que aporta sentido a la misma. ¡Si ellos lo dicen!

¿Cuál es el fallo fundamental de todo este gran tinglado conceptual, filosófico, teológico, social y a la vez pletórico de intereses y dispensador de abundantes beneficios al credo...?

1º) Que presupone un “más allá” no probado ni constatado, sino sólo “intuido” y “necesario” y por lo tanto “creído”.

2º) Que concibe a la persona como un compositum, concepto extraído de una filosofía milenaria sin sustento ni real ni actual. Dicen que muere la “füsis” pero permanece el elemento espiritual, que, “per se”, no puede morir.

3º) Que sirve para contentar conciencias reparando injusticias, otorgando premios o castigos que aquí no se dan.

Fuente: Periodista Digital

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