
La Iglesia es comunidad en vela, en oración, atenta a la venida del Señor: “Aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y nuestro escudo”.
Así es la Iglesia en la eucaristía, así en la vida de los fieles: una comunidad de pobres que cree y confiesa, aclama, pide, espera y recibe: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”.
Si dejásemos de ser pobres con esperanza, sería engañosa nuestra eucaristía y una farsa nuestra vida.
Un pobre con esperanza, eso fue Jesús de Nazaret. Pobres con esperanza, eso son los hijos de Dios. Pobres con esperanza, eso estamos llamados a ser los seguidores de Jesús, pobres con esperanza, ¡como Jesús!
Tuvieron que aprenderlo, con gran dificultad, los primeros discípulos; tendremos que aprenderlo también nosotros, con la luz del Espíritu Santo, en la escuela del evangelio y de la cruz: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso; el que quiera ser grande, sea vuestro servido; el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Como creyentes, confesamos que Dios es nuestro auxilio. Como pobres con esperanza, pedimos su misericordia. Como discípulos de Jesús, el siervo de todos, ofrecemos a todos nuestra vida.
Fuente: Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger
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