De la mujer y su acceso al sacerdocio

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Un tema álgido sobre el cual hace años que deseaba escribir, viene a ser precisamente sobre las mujeres. Y aunque sobre todas sus representantes siempre hay algo de qué hablar, redactar y publicar, hoy con mayor exactitud destino mis líneas a tratar sobre el delicado tema de las féminas y la sagrada institución del Sacerdocio.

Haciendo una pequeña retrospectiva, y del mismo modo estableciendo algunas precisiones conceptuales, el presente artículo se circunscribe a una institución propia de nuestra Santa Iglesia Católica, de la cual estoy en capacidad de escribir con propiedad y haciendo esta salvedad para evitar confusiones.

No abundaré en explanaciones inútiles acerca de los antecedentes y orígenes de la actual figura del Sacerdote, ya que resultan cuestiones que todo laico comprometido debe conocer con presteza.


Volviéndome un poco al exordio, motiva mi escritura el movimiento concupiscente y deshonesto de aquellos que pretenden viciar las bases del catolicismo, propugnando de manera irresponsable un “mayor protagonismo” de la mujer en las instituciones de la Iglesia; a ello debo agregar la tendencia originada con la tristemente célebre película de “El Código Da Vinci”, que ha despertado esa fantasía que muchos feministas tienen por narrar la Historia de la Religión con voz de mujer. Y es que, ignorando el importante papel que han tenido muchas mujeres en el desarrollo del Cristianismo, siendo el ejemplo más puro el de nuestra madre la Virgen María, a algunos les da por la ambición de ir más allá e instituir como sacerdotisa y apóstol suprema a María Magdalena, aquella mujer que por su multiplicidad de encantos atraparía a nuestro señor Jesucristo por esposo ¡Tamaña blasfemia!.


Pero apartándonos un poco del sacrílego Código Da Vinci, pasemos a estudiar detenidamente la discusión sobre el Sacerdocio y la Mujer. Los detractores de la Iglesia Católica tienen a éste por tema favorito, por tanto y en cuanto les permite manipular a su antojo la opinión sobre la Institución, satanizándola de discriminadora, machista e ilícitamente patriarcal; se aprovechan pues de la ignorancia de muchos para satisfacer otros fines, en nada distantes de los del Señor del Tenedor. Como laico comprometido debo afirmar que nadie como la Santa Madre Iglesia Católica está llamada a reconocer la igualdad entre toda la Humanidad, y que quienes la integramos conocemos muy bien cuál resulta el rol del hombre y de la mujer en su estructura. Conocemos de este modo que la mujer tiene tanta aptitud natural como el hombre para la vocación sacerdotal, pero que no está destinada a ello. Por más que un pez tenga alas para volar, su destino está en el mar; así viene a ser la mujer para la labor del sacerdocio.


Pero el pecado es aún mayor; quien defiende el sacerdocio femenino está desestimando la tarea fiel y desinteresada de nuestras monjas, aquellas mujeres que, renunciando a todo dedican el transcurso de su existencia a Dios y a la actividad humanitaria. Pierden de vista el testimonio que ha sido para el planeta, religiosas como la Madre Teresa de Calcuta y otras tantas que siguen su ejemplo. No hace mucho una de mis compañeras de estudio intentó comparar la situación de la mujer en la iglesia con algo como: “Imagina que las mujeres sólo pudieran ser enfermeras y no médicos”; inmediatamente le hice ver su error con la siguiente interrogante: -¿Acaso resulta menos importante ser enfermera que ser médico?- Sin pensarlo mucho le devolví la acción: -Imagina por un momento qué sería de los médicos sin las enfermeras-


En ejercicio más profundo de lógica cristiana, debemos todos y cada uno de nosotros entender que, así como tenemos existencia material, tenemos existencia espiritual. Aceptando ello por cierto, estamos en el deber de internalizar que en nuestra existencia espiritual poseemos distinta destinación, tal y como así es en el plano material: El hombre en sentido estricto nunca podrá experimentar preñarse y dar a luz; ello le está destinado a la mujer.
Cada papel, querido lector, debe asumirse con la humildad de un buen creyente, aspirar algo distinto no resulta menos que un cruel acto de soberbia.
Dios te bendiga.-

Fuente: Alejandro Morales-Loaiza

1 Comentário:

Alejandro Morales-Loaiza dijo...

Un gran honor para mí el que se haya tomado mi opinión para publicarla en este distinguido espacio. Queda mi agradecimiento por el gesto.

Saludos cordiales.

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