Pretensión de toda secta: deshacerse del rival

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Es fácil degradar a una persona o a un grupo: se le define con aspectos negativos, se le encuadra legalmente y se le condena.

Sorprende las furibundas campañas de ciertos “elementos” políticos laicos contra determinadas sectas tachadas por el estamento clerical de “pseudorreligiosas”, pervertidoras de la juventud, destructivas de la personalidad, totalitarias, falsarias.

En España la verdadera iglesia es la católica, el resto son sectas a extirpar; en Egipto, la religión oficial es el Islam, las demás deben ser proscritas como antinacionales. “Et sic alia”.


En la España constitucionalmente laica, la Iglesia recibe subvenciones, tiene concedido predio educativo, ha estado exenta de la mayor parte de los impuestos... ¿Por qué esa diferencia con el resto de las sectas, que predican y quieren lo mismo que la Iglesia? ¿Cuál es el medio de vida de los unos y los de las otras?

No le es difícil, a la Iglesia oficial, ridiculizar y degradar a las otras “sectas” con tal de alzarse con el santo y seña de la religiosidad.

Éstos son los "usos" de que abusa la Iglesia católica. Cuando la Iglesia católica, bien directamente bien por portavoces interpuestos que son generalmente políticos “de su onda”, imputa a las sectas timos y perversiones psicológicas; o desvela que obligan a sus prosélitos a trabajar por la secta; o hace patentes las formas de captar prosélitos; o ponen en evidencia sus negocios sumergidos... olvidan a los Marzinkus de antaño, a los Camacho y sus inversiones, o la forma sibilina de acompañar, acosar, a las viudas ancianas para recibir sus legados, o los negocios inmobiliarios, o los trueques de terrenos en municipios de regidores afines, o la forma de hacerse con edificios expulsando por métodos no legítimos a quienes tienen el uso legal de los mismos...

El pretendido fin sobrenatural, el “buen hacer” de la jerarquía, la bondad que se les presupone, no deben ser tomados como privilegio: el Estado ha de guardar la más exquisita imparcialidad en el trato con los ciudadanos.

Estas “pequeñas cosas” son los flecos que se desprenden de siglos de privilegio y autoexclusión privilegiada

Fuente: Periodista Digital

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